Por Elena Andrés Suárez
María Zambrano utilizó el término “razón poética” para referirse al modo en el que ciertas experiencias humanas precisan del lenguaje poético para ser expresadas y comprendidas:
«El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar; desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco ir a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido» (Claros del bosque, página 1).
Me permito exponer, a continuación, un conjunto de preguntas que están a la base del modelo de Educación de la Interioridad que propongo: ¿Es posible superar la razón discursiva del modelo de escuela de la Ilustración? ¿Podemos acompañar al alumno en el sí de la escuela para ir más allá de la mera introspección psicológica? ¿Podemos favorecer el despertar y el cuidado de una “razón poética” en nuestros alumnos? Creo que sí y estoy convencida de que esa es la mayor aportación de lo que denomino desde hace más de veinte años «Educación de la Interioridad».
Podemos hacernos otra pregunta que nos aterriza claramente en el contexto del próximo I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Humanidades: ¿no son las religiones y diversas espiritualidades nacidas en el seno de la humanidad, una consecuencia de la “razón poética”? ¿Acaso la espiritualidad profunda que subyace en el núcleo incandescente de cada cada religión no es un modo poético de comprender la realidad? ¿Existe alguna relación entre la experiencia estética y la experiencia religiosa?
A mi modo de ver, la interioridad humana es ese “lugar” personal en el que cada ser humano lleva consigo la capacidad para ver más allá, de actualizar otros modos de comprensión de la realidad personal y social, de las cuestiones nucleares de la existencia. Cuando esa tierra interior se trabaja, se cultiva, se cuida, brotan en ella las semillas de una mirada espiritual a modo de “razón poética” que aportan a la persona y, por ende, a la Familia humana, claves vitales que alimentan no solo una mirada más aguda de la existencia, sino la posibilidad entre otras, de desarrollar una ética del compromiso y cuidado de los demás y del mundo.
En los muchos dramas que la humanidad ha sufrido, siempre han despuntado en medio de ellos las personas que han brillado de un modo diferente: personas anónimas o reconocidas que han demostrado que el ser humano porta en sí una luz única, una capacidad de respuesta a los acontecimientos que enciende nuevos dinamismos, respuestas alternativas, incluso disruptivas. Hombres y mujeres que, guiados por su fe o por sus principios morales o tan solo por la voz de su conciencia, ponen de manifiesto la dignidad humana, su genuina libertad que le permite devolver bien por mal, dar la vida por otros o generar redes de ayuda y amor más allá de lo esperable en contextos de injusticia, dolor y violencia.
En el bosque a veces inhóspito de la existencia, nos encontramos con pioneros y pioneras, exploradores que señalan la existencia de claros en el bosque. Tales claros, son esos espacios de verdadera humanidad en los que fluyen el amor, la justicia, la ayuda mutua, la ternura, la reflexión profunda, en definitiva, la cualidad humana profunda.
Estoy convencida de que en el centro de cada ser humano late esa razón poética que está esperando ser activada. Solo la razón poética llega a ciertas regiones del alma. Todo ser humano lleva en sí un núcleo místico, es decir, un centro vital que, a modo de claro en el bosque, produce al despertarse una corriente de claridad, de lucidez, de amor que introduce a la persona en esa capacidad para “sentir y gustar” internamente a la que aludirá Ignacio de Loyola.
Zambrano incidirá en la necesidad de la razón poética para poner palabras a lo vivido. Uniendo ambas aportaciones, me atrevo a decir que la Educación de la Interioidad, como paradigma pedagógico, puede favorecer ese aprender a actualizar la capacidad de “sentir y gustar internamente” que posibilita “empalabrar” la experiencia. Es ahí donde el concepto de razón poética que aporta Zambrano me parece de máxima actualidad y de urgente recuperación. Razón y poesía, pensar y sentir, vivir sabiendo dar razón de lo que se vive, permiten un mayor y mejor despliegue de la persona.
Por esa configuración natural del ser humano para captar lo profundo, la propuesta de Educación de la Interioridad que animo, desea favorecer que los niños y adolescentes en el ámbito escolar vivan experiencias (metologia activa) y gesten reflexiones (poner palabra a lo vivido) que les permitan mantenerse abiertos a la trascendencia, dicho de otra manera: la Educación de la Interioridad desea aportar el cultivo de la dimensión interior de todo ser humano como punto de partida para que pueda darse un encuentro fecundo y transformante con uno mismo, con lo demás y, ojalá, con Dios.
Por ello, desde hace mucho tiempo, siento que aquello que María Zambrano describe como razón poética tiene mucho que ver con el horizonte hacia el que apunta la Educación de la Interioridad como paradigma pedagógico que quiere “aprender a ser, cuidando el ser».
El cuidado del ser, de la cualidad profunda del ser humano, tiene que ver con poner en camino a la persona hacia ese “otro reino que un alma habita y guarda”. En ese proceso, el educador ayuda al alumno a escuchar a ese “pájaro” que “avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz”. En la pedagogía de San Juan Bautista de La Salle se diría que le profesor está llamado a “mover los corazones”.
Aterrizando en el Evangelio, diríamos que el educador en el ámbito de la Educación de la Interioridad es como Juan Bautista preparando los caminos. Aludiendo al Antiguo Testamento, el educador tiene mucho de Moisés, llamado a ser líder de un proceso arduo que nos pone en camino hacia un Tierra Prometida que llevamos dentro de nosotros. Y no puedo dejar de mencionar a Séfora y Fuá, las parteras egipcias que, yendo más allá de la ley injusta de Faraón, custodiaron la vida valientemente.
Respondo con certeza fundada, que sí, es posible hoy, en el siglo XXI, siglo científico-técnico, acompañar a los niños y jóvenes en los centros escolares en esta aventura magnífica, potente, de aprender a ser cuidando el ser. Es posible favorecer que despierte en ellos y ellas esa razón poética que nos hace ver la realidad con los ojos del corazón sabiendo dar razones de nuestra esperanza y poniendo a trabajar todas nuestras potencias y capacidades en pro del Bien Común de la humanidad.