Por Javier Gracia Calandín
La investigación acerca del fenómeno de la aceleración social en las sociedades actuales nos ha conducido a entender el énfasis puesto en la innovación como un elemento derivado de aquel. Una innovación que, a su vez, estimula el ritmo acelerado de vida y conduce a una devaluación de la experiencia. Innovación acelerada e innovación del mercado son formas de referirse a un modelo deficiente de innovación asociado con las patologías que Harmut Rosa, Zygmut Bauman y Byung Chul Han, entre muchos otros, denuncian en la sociedad actual y que acaba por liquidar la inteligencia humana dando máximo protagonismo a la progresiva tecnologización e inteligencias artificiales.
Entre las patologías señaladas encontramos el “desquiciamiento” entendido como desarraigo, pérdida de intimidad con el espacio, con las cosas y, por ende, con las personas con las que nos relacionamos (instaurando en muchos casos la pantalla como espacio preferente de conexión). Un segundo rasgo sería el agotamiento del individuo como consecuencia del imperativo del rendimiento y la competitividad de la lógica de mercado. Este aspecto está intrínsecamente asociado con el éxito en el “desempeño” fugaz de determinadas funciones sociales, pero también con la obsolescencia programada de los aparatos que nos van sustituyendo y dirigiendo (o al menos reconfigurando) nuestras vidas. Un tercer aspecto que encontramos es lo que podemos caracterizar como “des-(in)formación” e “infoxicación”, que se traduce en una deficiencia en la formación debido a un exceso de información que es imposible de digerir y procesar.
Con todo, el análisis filosófico de las condiciones sociales del fenómeno de la aceleración conduce a repensar un nuevo modelo de innovación no dependiente de la lógica de la tecnologización y aceleración del mercado. En este segundo modelo de innovación que desafía la aceleración y la pauta de mercado cobra todo su protagonismo las inteligencias humanas y la formación de la personalidad de los educandos.
Se trata por lo tanto de un nuevo horizonte ético desde el que pensar la innovación educativa, que se distancia deliberadamente del éxito o fracaso, según los patrones de competitividad impuestos por la lógica del mercado. Con ello se introducen nuevas categorías éticas como la libertad, la responsabilidad, el diálogo, la colaboración, la capacidad crítica y compasiva desde las que ir forjando una ciudadanía madura y responsable.