Por Rubén Villalba
Hace tiempo que Antonio Pérez Henares (Guadalajara, 1953) —Chani para los amigos— no aparece en tertulias. Dejó la televisión por «principios, coherencia y dignidad». Frente a la cámara ya no habla, pero se pronuncia. El silencio del abarrocado despacho donde nos recibe dura lo que él tarda en manifestarse. Tiene la mecha corta. O quizá pervive en él aquel joven que, afiliado en los 70 al Partido Comunista, pernoctó en el calabozo por hablar más de la cuenta. Por eso no entiende hoy que haya reparo alguno en decir lo que se piensa. Cada respuesta suya sentencia y se adelanta a la próxima pregunta. Es, además de escritor, periodista de la vieja escuela. Es decir: habla alto, claro y con conocimiento de causa. “Y ya no quiero hablar más”, se autoconvence. Da vueltas a un adhesivo en el poco hueco que resta en su escritorio como queriendo, si no morderse, pegarse la lengua. En vano. Acto seguido, vuelve a hablar.
¿Usted escribe sobre el pasado porque no le gusta el presente?
—A mí lo que me preocupa es el futuro.
¿Por qué?
—Me temo que la gente empieza a darse cuenta de que el futuro no tiene por qué ser mejor que el pasado. Y no por los avances tecnológicos, sino por la forma en que nos dirigimos a él.
¿Vamos por mal camino?
—En la historia hay un hecho evidente: el ser humano vive precisamente por la transmisión de conocimiento. A partir del homo habilis, todo avance se produce precisamente por dicha capacidad de transmisión y hoy se está perdiendo. Vivimos en una efebocracia, es decir, existe desprecio al anciano, a la sabiduría acumulada. Por eso, que nos llamemos sapiens me parece una soberbia.
¿Somos más soberbios que sabios?
—En los últimos tiempos el sapiens está haciendo demasiadas estupideces, entre ellas, olvidar quién es, de dónde viene y qué ha hecho. Ahora hacen leyes de memoria histórica y resulta que la memoria histórica es anteayer, cuando llevamos como especie aproximadamente 200.000 años. Y lo que es peor: pretenden que las nuevas generaciones sean una especie de arcángeles que pueden juzgar al resto de la humanidad desde el primer día hasta hoy. ¿Crees que alguien de la prehistoria y la paleohistoria se salva con los criterios estúpidos que hoy se están imponiendo?
Criterios como…
—Hoy, por ejemplo, ¿quién no es facha? Yo fui opositor de la dictadura y sufrí por ello varias detenciones, aunque luego llegó la democracia con júbilo y alegría. Ahora, en cambio, tenemos miedo de decir lo que pensamos. Seguro que por esto mismo que te estoy contando me pondrán automáticamente el epíteto de facha.
¿Quiere decir que hay menos libertad?
—Hoy, en España, somos menos libres que en 1980. Parece que uno tiene que estar pidiendo perdón por todo.
¿Por ejemplo?
—Por esto que voy a decir quizá puedan llevarme a la cárcel, pero negar, por ejemplo, que existen hombres y mujeres, la evidencia biológica, es de una estupidez supina. Luego que cada cual haga y se sienta como quiera. Afirmar esto, que es una obviedad, se ha convertido en algo repudiable porque va contra unos mandamientos establecidos por una tiranía cursi, según la cual, si te sales del pensamiento único tienes que ser expulsado. ¿Sabes lo que es eso?
¿El qué?
—El principio de cualquier dictadura, es decir, la negación del pensamiento libre y la opinión independiente. Este es el futuro que yo no quiero ver.
¿Y lo vemos así los jóvenes?
—Es que estáis tan imbuidos que creéis que eso es lo bueno. Lo primero que hace una dictadura es decirte que eso que está haciendo es por tu bien. Deja al individuo destruido en beneficio de un supuesto bien común.
O sea, nos manipulan…
—Sí. Nos vacían el cerebro de conocimientos para llenarlo de consignas e ideología. Pasa a diario y no nos damos cuenta. Ya lo dijo Orwell. Yo entiendo que haya distintas posiciones; lo que no entiendo es que pretendan hacer de la discrepancia un pecado. Estamos ante una nueva inquisición.
¿Vamos para atrás?
—Europa se dirige hacia algo que nunca ha sucedido en la historia de la humanidad: un mundo sin Dios. Desde el paleolítico, Dios ha sido la medida de casi todo. Hoy la mayoría de la población europea no tiene fe, yo mismo soy agnóstico, y nos vamos a asomar a algo extraño: una sociedad que no tiene como referente la divinidad. A esto se añade una pérdida de los valores más básicos.
¿Como cuáles?
—A mí me preocupa que unas generaciones bien comidas hayan perdido el elemento esencial de toda especie: trabajo y esfuerzo. Hoy que alguien trabaje mucho, se esfuerce y logre ascenso social está mal visto. Hay mucha confusión, como considerar, por ejemplo, que alumno y profesor son iguales.
¿Y no lo son?
—Quien transmite conocimientos no puede estar al mismo nivel de quien los recibe. Se confunde autoridad con represión. Es que hasta la propia palabra “maestro” ha sido destruida y ahora se le llama “profesor de ESO”. El siglo XXI está siendo atroz para la cultura y la convivencia.
¿Somos menos tolerantes?
—Antonio Buero-Vallejo, que fue mi maestro, me inculcó la tolerancia, la reconciliación, precisamente lo que hoy se está destrozando. El razonamiento, el argumento, ha desaparecido en pro de un espectáculo donde triunfa más quien más hace el mamarracho. La televisión ha infectado al conjunto de la sociedad española: lo que presumiblemente tendrían que ser debates o tertulias se han convertido en espectáculos.
¿Por eso usted la abandonó?
—Sí, y es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Estaba harto de participar en ese circo.
La gente, en cambio, cree lo que ve…
—Es que hay cada vez menos criterio. Estoy siendo muy pesimista, pero lo optimista es que empieza a darse una potentísima reacción. Lo veo, por ejemplo, en la novela histórica, que es el género más vendido en España, por delante de la novela negra. Quizá el conocimiento que se nos niega por un lado lo intentamos recuperar por otro.
¿La historia entonces no es la que cuentan?
—Hay libros de texto que más bien parecen libros de educación china. Sin embargo, yo confío mucho en los profesores. Una cosa letal ha sido la división por comunidades autónomas, que ha ido borrando todo nexo común e impide un conocimiento real de la historia no solo de España, sino de Europa y el mundo. Así, llegará un momento en que a las generaciones futuras la catedral de Burgos o el acueducto de Segovia les parezca una piedra sobre otra. El patriotismo, como dijo Fernando García Cortázar, no es una bandera ni un himno, sino la cultura, aquello que nos une: la lengua, la historia, la literatura, la pintura, la música, los monumentos, nuestros paisajes…
¿Cuál es la mayor mentira jamás contada?
—La negación del descubrimiento de América, que sí fue un descubrimiento porque llegamos a un sitio que desconocíamos y que sí fue una conquista porque es lo que se hacía entonces y no podemos juzgar con ojos de hoy el pasado. El descubrimiento de América fue la primera globalización del mundo. Lo cambió todo.
¿Y se está enseñando así?
—En las escuelas de Iberoamérica se tergiversa de una manera feroz y brutal. Allí seguimos siendo los malos y no hay dictador que no tenga como bandera atacar a España.
¿Vislumbra alguna solución?
—Dicen que la inteligencia artificial, aunque eso significará la desaparición del individuo, el camino hacia el “mundo feliz” de Aldous Huxley, que es cualquier cosa menos humano. Quizá sea la venganza de la tierra sobre nosotros, que como especie hemos tenido demasiado éxito y la estamos poniendo en peligro. Y esto curiosamente está sucediendo en las zonas más avanzadas: los delirios se producen allí donde hay mayor libertad y calidad de vida.
Qué paradójico, ¿verdad?
—O recuperamos el respeto o la humanidad estará en un serio peligro.